Innovación Sin Permiso, el Camino de Europa Hacia la Redención

En la carrera mundial por la supremacía tecnológica, Europa se encuentra cada vez más enredada en un marasmo regulatorio autoinfligido. Mientras Estados Unidos y China avanzan a pasos agigantados en campos como la inteligencia artificial, los vehículos autónomos y la biotecnología, la propensión de la Unión Europea (UE) a la regulación corre el riesgo de empujarla a la periferia de la innovación. 

Las cifras pintan un panorama desolador. Un reciente estudio de Jonas Herby, del think-tank danés Cepos, muestra que desde la entrada en vigor del Tratado de Maastricht hace tres décadas, la legislación de la UE se ha disparado en un asombroso 729 por ciento. Y lo que es aún más alarmante, la carga normativa se ha duplicado en los 14 años transcurridos desde la entrada en vigor del Tratado de Lisboa. Este crecimiento exponencial de la burocracia coincide con un periodo de tibios resultados económicos en gran parte del continente, lo que plantea incómodas preguntas sobre la relación entre exceso de regulación y estancamiento.

Como observa acertadamente Enrique Dans, profesor de innovación de IE University, Europa se ha convertido en “un continente que pretende hacer de la regulación su ventaja competitiva”. Esta estrategia, sin embargo, parece cada vez más contraproducente. En lugar de fomentar la innovación, la está ahuyentando. Gigantes tecnológicos como Tesla y Apple retrasan o directamente retiran sus productos y servicios más avanzados de los mercados europeos, temerosos de entrar en conflicto con el bizantino marco regulador de la UE. Además, las consecuencias de esta extralimitación reguladora van mucho más allá de los meros inconvenientes para los consumidores europeos. Ataca al corazón de la competitividad y la prosperidad futura del continente. En una era en la que el avance tecnológico es el principal motor del crecimiento económico, ¿puede Europa permitirse quedarse atrás?El celo regulador de la UE no carece de defensores, que sostienen que protege los derechos de los consumidores y la intimidad. Sin embargo, como se pregunta el Dr. Dans, “¿estamos dispuestos, como ciudadanos, a aceptar que nuestro regulador nos trate como a idiotas que no pueden disfrutar de un producto o servicio porque no sabemos proteger nuestros derechos?”. Este enfoque paternalista corre el riesgo de infantilizar a una de las poblaciones más cultas del mundo y de ahogar la misma innovación que pretende guiar de forma responsable.

Además, la estrategia de la UE de regular como ventaja competitiva descansa sobre un terreno cada vez más inestable. A medida que las empresas tecnológicas mundiales empiezan a considerar Europa como un mercado secundario, el continente corre el riesgo de perder su influencia. La UE podría verse pronto en la poco envidiable situación de tener que regular tecnologías que ni crea ni produce, lo que podría dejar sin efecto sus elaboradas normativas.

El camino a seguir es claro, aunque políticamente difícil. Europa debe adoptar un modelo de lo que Adam Thierer denomina “innovación sin permiso”, un enfoque que afirma que, a menos que existan pruebas convincentes de que una invención causará graves daños a la sociedad, debe permitirse que la innovación avance sin trabas. Esta filosofía reconoce que un exceso de cautela puede ser desastroso, ya que los intentos de regular preventivamente cada uno de los peores escenarios suelen ahogar la consecución de los mejores resultados. Adoptando este modelo, Europa reduciría significativamente su carga reguladora, creando un entorno en el que emprendedores y empresas pudieran experimentar e innovar sin temor a chocar con reguladores demasiado celosos. Esto no significa abandonar toda supervisión, sino centrar la regulación en principios básicos que protejan los derechos fundamentales y permitan al mismo tiempo la máxima flexibilidad e innovación. Se trata de un equilibrio delicado, pero que podría liberar el potencial innovador latente de Europa, permitiendo al continente competir más eficazmente en la escena mundial. Este cambio exigiría una modificación radical de la tradición reguladora de la UE. En lugar de intentar anticiparse y legislar para cada escenario posible, los reguladores deberían adoptar un enfoque más receptivo y adaptativo. Esto podría implicar la creación de espacios aislados en los que las nuevas tecnologías puedan probarse en entornos controlados, o la aplicación de cláusulas de extinción que revisen automáticamente y retiren potencialmente las normativas después de un periodo determinado.

En pocas palabras, la carga reguladora de Europa se ha vuelto insostenible, amenazando su capacidad para competir en la carrera mundial de la innovación. Para recuperar su posición de líder tecnológico, la UE debe reducir drásticamente su huella reguladora y adoptar un modelo de «innovación sin permisos» que fomente la experimentación y el espíritu empresarial al tiempo que protege los derechos fundamentales.

* Federico N. Fernández es un líder visionario dedicado a impulsar la innovación y el cambio. Como Director Ejecutivo de Somos Innovación, una red global de más de 40 think-tanks, fundaciones y ONGs, Federico defiende soluciones innovadoras en todo el mundo. Su experiencia y pasión por la innovación le han valido el reconocimiento de prestigiosas publicaciones como The Economist, El País, Folha de São Paulo y Newsweek. Federico también ha pronunciado inspiradores discursos y conferencias en tres continentes, ha escrito numerosos artículos académicos y ha compilado varios libros sobre economía. 

Fuente: Somos Innovación

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